Paul Gauguin: Obras

08/02/2011 12.895 Palabras

NATURALEZA MUERTA CON MANDOLINA GAUGUIN, Paul (1848-1903). Naturaleza muerta con mandolina (Nature morte à la mandoline). 1885. Se distingue al fondo un paisaje de Armand Guillaumin "Verger en Ile-de-France". Simbolismo. Escuela de Pont-Aven. Oleo sobre lienzo. FRANCIA. París. Musée d'Orsay. En 1885, después de sus primeras actividades artísticas bajo la estela del Impresionismo, Gauguin pinta este cuadro, en el que se percibe una cierta voluntad de tránsito hacia un estilo más personal. En apariencia, es un lienzo con menor intensidad que algunas de las obras más arquetípicas de Gauguin. Sin embargo, justo en esta época, el artista le hace saber a su amigo, el también pintor Camille Pissarro, que se encuentra en unos momentos vitales absolutamente desesperanzados. «Lo único que me sostiene es la pintura», escribe Gauguin. Así, pues, en unos momentos de tensión emocional y de crisis anímica muy fuertes, Gauguin observa, como única luz en el horizonte, su trabajo como pintor. Este reflejo de la pintura como obsesión se puede constatar a través de la composición circular de la tela, a partir del juego de contrastes en el uso de los colores. En efecto, los objetos situados en el centro de la representación son redondos, curvos, como el plato de la izquierda, la mandolina, el florero o el tapete. Y todos ellos inscritos en la mesa, que también se adivina circular. Esa redondez se manifiesta con mayor rotundidad al oponerse al fondo de la representación, con el contraste que adquiere la rectitud de la pared y del cuadro allí colgado, en el que se aprecia un paisaje con claros matices impresionistas, en un sugerente juego de pintura dentro de la pintura. En cuanto a los colores, Gauguin también los utiliza con una ágil percepción del oficio pictórico. El azul del fondo derecho de la pared armoniza con los tonos intensos del jarrón. También los verdes del paisaje impresionista entablan un diálogo con el jaspeado del ramo de flores de la mesa. El tratamiento de este lienzo nos sitúa a Gauguin como un pintor con pleno dominio del pincel y con una clara necesidad de expresar sus sentimientos y sus angustias. En este sentido, la presencia de la mandolina, instrumento musical que lo acompañará en su posterior viaje a Tahití, no deja de simbolizar aquí la armonía que Gauguin sólo consigue en su pintura, no en su vida privada.

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