El Estado

18/04/2011 2.182 Palabras

MICROPOLÍTICA Y MACROPOLÍTICA Si se simplifican las cosas, puede advertirse que la historia de la humanidad es comparable al destino de varias manchas de aceite que, al ensancharse, terminan por confundirse. Los sociólogos de la época de Durkheim, formados en las letras latinas, habían elaborado un modelo evolucionista que el título de un famoso libro de Davy y Moret, De los clanes a los imperios, resume perfectamente. La humanidad habría conocido un estadio primitivo, el del clan y de la tribu, donde la autoridad era difusa, y en el que los individuos obedecían espontáneamente, con algunas excepciones, las reglas rituales de origen ancestral y confiaban las decisiones importantes, no previstas por los ritos, a los «ancianos», llenos, teóricamente, de sabiduría y de experiencia. En un momento dado (¿pero cuál?), este poder difuso se individualiza (¿pero cómo?) en la persona de un jefe. Este jefe es el «rey negro» de los relatos de aventuras de finales del siglo XIX. Después –si las condiciones son favorables– la aldea se convierte en burgo, en centro económico regional, quizá también en centro religioso. El «jefe», rodeado de un colegio de ancianos y de ciertos especialistas (hechiceros, etc.), administra esta sociedad, que aumenta de volumen y se encuentra con problemas nuevos (especialmente el del derecho de propiedad: éste es mi campo y no el de todos, mi rebaño y no el del clan, etc.). El burgo se extiende más y se convierte en ciudad, que se rodea de murallas para protegerse de los nómadas saqueadores. La división del trabajo sigue al aumento de las necesidades: existen guerreros, sacerdotes, artesanos, agricultores. El poder de administrar y gobernar se reparte entonces –según los casos– entre todos (democracia), entre varios (oligarquía) o se centraliza en las manos de uno solo (monocracia). Este poder tiene armas más o menos poderosas, en particular reglamentos, a mitad de camino entre la ley utilitaria y la costumbre ancestral: la ciudad se ha convertido en una gran urbe, y sus habitantes tienen derecho al título de ciudadanos o de súbditos. El engranaje ha empezado a funcionar. Estas gentes, que hablan la misma lengua y adoran a los mismos dioses, tienen poco más o menos las mismas características físicas, los mismos gustos, los mismos hábitos de vida; en suma, esta nación, de contornos geográficos bastante vagos, adopta una estructura coercitiva (en principio, con buena intención), se convierte en una cosa (en latín: res) pública, en un Estado. Estos pequeños Estados –aldeas, tribus, ciudades– pueden ser calificados de micropolíticos. En cambio, los grandes conglomerados organizados, con estructuras complejas y diferenciadas, como el Imperio romano, el Imperio persa o los Estados modernos, son realidades macropolíticas.

Este sitio web utiliza cookies, propias y de terceros con la finalidad de obtener información estadística en base a los datos de navegación. Si continúa navegando, se entiende que acepta su uso y en caso de no aceptar su instalación deberá visitar el apartado de información, donde le explicamos la forma de eliminarlas o rechazarlas.
Aceptar | Más información