La naturaleza, los indios, las tiranías Los primeros logros de la novela corresponden al mexicano Lizardi (1774-1827), pintor realista de las costumbres (costumbrismo). En Argentina y en Uruguay aparece el «romance gaucho», cuyas obras maestras son el Martín Fierro (1872-1879), de José Hernández, y Don Segundo Sombra (1926), de Güiraldes. En La vorágine (1924), el colombiano Rivera evoca la vida de los trabajadores del caucho en el horno de los trópicos. Menos fatalista, el venezolano Gallegos (1884-1969) canta a la misma tierra tropical en Doña Bárbara (1929). La fascinación ejercida por la naturaleza virgen inspira la célebre División de las aguas (1950), en la que el cubano Alejo Carpentier (1904-1980) hace derivar la novela hacia el poema en prosa. Por la misma época, el guatemalteco Miguel Angel Asturias (1899-1974) refunde los viejos mitos mayas quichés y la crónica contemporánea en Hombres de maíz (1949). Idealizado insulsamente al principio (indianismo), caricaturizado después como un granuja armado de machete, el indio surge por fin con toda su complejidad, aplastado por la explotación, en Raza de bronce (1919) del boliviano Arguedas, o en la obra maestra del peruano Alegría El mundo es ancho y ajeno (1941). En La región más transparente (1958), Carlos Fuentes presenta la ciudad de México superponiendo pintura realista, mito e historia, con una capacidad narrativa que anuncia ya su novela más monumental, Terra Nostra (1979). La denuncia de las tiranías y de la corrupción apenas ha cesado desde Miguel Angel Asturias (El señor presidente, 1946) Carpentier (El reino de este mundo, 1949) al colombiano Gabriel García Márquez, autor de la espléndida saga Cien años de soledad (1967). Resulta evidente hoy el «boom» de la novela hispanoamericana, con autores como Vargas Llosa, Cortázar, Octavi Paz, Juan Rulfo, etc.